La terraza del ático donde vivo es la ciénaga preciosa de una frustración estándar. Vivo en un cuarto prestado, pigmentado con círculos pasteles que empañan el humo de mi ceniza. No es mi habitación, no es mi mesa, ni mucho menos mi silla, nadie se arrodilla ante la majestad de mi presencia, porque soy yo la que vive de rodillas, soy yo la que tiene las articulaciones de mármol y el acento de amoniaco, desinfectante para el aire, inflamable para los intestinos. Mientras tanto, el mar de las gaviotas se oculta detrás del cemento y su espuma descuaja mi sueño. Migraña. Dolor solo, seco, caliente de amoniaco y frío de mármol. Solo, Sin cruz. Pero con gusanos